Patrimonio gastronómico es el valor cultural inherente y añadido por el hombre a los alimentos –su cultivo, empaque, preparación, presentación, fechas u ocasiones en los que se comen o beben, sitios, artefactos, recetas, rituales–, que responde a unas expectativas tácitas, forma parte de una memoria común y produce sentimientos o emociones similares con sólo su mención, evocación o consumo.
foto: alfandoques caucanos.
foto: alfandoques caucanos.
Nuestra Colombia es abundante en sabores y olores: queso costeño (impajaritable para el mote de queso y los buñuelos), quesillo de Vélez, para comer con espejuelo o bocadillo recién hecho, queso Paipa bien “tirudito” para formar las “rilas” del “chorrio”, quesillos de la Dorada y Guarinocito, que funciona a las mil maravillas en emparedados y comida italiana lo mismo que el Paipa; quesos de tipo europeo hechos en Silvia, Pasto, Medellín o Bogotá, nuestros quesitos frescos y molidos para tomar con agua panela o chocolate en las inmediaciones del Nevado del Ruiz, en Caldas o Tolima, la cuajada simple y para postres del altiplano cundinoboyacense o saladita y envuelta en hoja de congo o plátano en la zona cafetera. Tenemos una diversidad tal que reto a colombiano o extranjero alguno, que pueda decir que conoce y/o a saboreado todos nuestros quesos, tamales, sopas, frutas, dulces, aves, encurtidos, ajíes, arepas, amasijos y arroces. Gozamos de una variedad enorme en materia gastronómica y lo mejor, somos aventureros y creativos en lo que a mezclas y recetas se refiere, eso sin mencionar el profundo disfrute de las buenas viandas y agradables compañías.
Hace muchos años le oí decir a doña Gloria Valencia de Castaño, que nuestro plato típico es el arroz blanco, y hoy en día, después de recorrer un buen pedazo de país, me identifico con ella: desde Leticia hasta San Andrés, desde el Chocó o Turbo hasta Puerto Inírida o El Amparo, todos los días en la casi totalidad de las casas colombianas, es infaltable el arroz blanco al almuerzo, la comida y a veces hasta en el desayuno y es tal al arraigo de éste plato que se cometen “sacrilegios” tales como comer pastas con arroz, pizza con arroz, lasaña con arroz, lo cual para muchos colombianos es lo correcto, ya que sin arroz en el plato quedan “como sin haber comido”.
Este es un tema de nunca acabar y además querámoslo o no, uno al que nos acercamos y disfrutamos o sufrimos como mínimo tres veces al día.
Cada persona es un mundo, pero la sola mención de la comida sugiere muchas cosas, evoca recuerdos, olores, sabores, situaciones, personas, afectos. La comida está literalmente tan digerida en nuestro diario vivir, que nadie concibe vivir sin ella y siempre está tratando de mejorarla.
También existen los tímidos que nunca cambian su menú, ni son capaces de experimentar sabores y texturas diferentes, y a donde van lamentan la falta de “su comida”, así como los aventureros del sabor, que prueban las hormigas culonas en Santander, la carne de culebra en los Llanos, los carapachos o cangrejos en San Andrés, el cuy en Pasto, el ají de huevo y la carne oriada en Santander, las habas tostadas o “chicle boyacense en la Sabana y en ultimas casi todo “lo que les sirvan”. Poniéndonos a tono digamos que los primeros son sub-globalizados gastronómicos y los segundos, deliciosa y audazmente globalizados.
La riqueza gastronómica colombiana es exuberante; respetando la división por regiones mencionaremos algunos platos, en los cuales de acuerdo con nuestra muy peculiar clasificación existen platos de comida de dulce y de comida de sal, clasificación que no existe en cocina internacional ni en otro país, y dentro de esa particular clasificación se habla de “salar la barriga”, cuando se está enfermo, después de un ayuno prolongado o en un guayabo, cruda o resaca.
Hace muchos años le oí decir a doña Gloria Valencia de Castaño, que nuestro plato típico es el arroz blanco, y hoy en día, después de recorrer un buen pedazo de país, me identifico con ella: desde Leticia hasta San Andrés, desde el Chocó o Turbo hasta Puerto Inírida o El Amparo, todos los días en la casi totalidad de las casas colombianas, es infaltable el arroz blanco al almuerzo, la comida y a veces hasta en el desayuno y es tal al arraigo de éste plato que se cometen “sacrilegios” tales como comer pastas con arroz, pizza con arroz, lasaña con arroz, lo cual para muchos colombianos es lo correcto, ya que sin arroz en el plato quedan “como sin haber comido”.
Este es un tema de nunca acabar y además querámoslo o no, uno al que nos acercamos y disfrutamos o sufrimos como mínimo tres veces al día.
Cada persona es un mundo, pero la sola mención de la comida sugiere muchas cosas, evoca recuerdos, olores, sabores, situaciones, personas, afectos. La comida está literalmente tan digerida en nuestro diario vivir, que nadie concibe vivir sin ella y siempre está tratando de mejorarla.
También existen los tímidos que nunca cambian su menú, ni son capaces de experimentar sabores y texturas diferentes, y a donde van lamentan la falta de “su comida”, así como los aventureros del sabor, que prueban las hormigas culonas en Santander, la carne de culebra en los Llanos, los carapachos o cangrejos en San Andrés, el cuy en Pasto, el ají de huevo y la carne oriada en Santander, las habas tostadas o “chicle boyacense en la Sabana y en ultimas casi todo “lo que les sirvan”. Poniéndonos a tono digamos que los primeros son sub-globalizados gastronómicos y los segundos, deliciosa y audazmente globalizados.
La riqueza gastronómica colombiana es exuberante; respetando la división por regiones mencionaremos algunos platos, en los cuales de acuerdo con nuestra muy peculiar clasificación existen platos de comida de dulce y de comida de sal, clasificación que no existe en cocina internacional ni en otro país, y dentro de esa particular clasificación se habla de “salar la barriga”, cuando se está enfermo, después de un ayuno prolongado o en un guayabo, cruda o resaca.